21. El amor como fuerza irracional de naturaleza perversa.

 Debo dar las gracias a mi amigo Néstor por estimular la problemática que a continuación presentaré con el fin de lograr una comprensión aproximada sobre el amor como sentimiento contradictorio a nivel ontológico. 

Mi preocupación surgió a través del análisis de la propuesta de Néstor acerca de la necesidad de una eduación para el amor. Considero que la educación y el sentimiento que aquí nos ocupa, el amor, son incompatibles. Una posible manera de fundamentar aquello que sería una educación del correcto amar, consistiría en exponer una serie de valores que deberíamos lograr en una relación de pareja, como la igualdad o el diálogo. Pienso que estos valores no se relacionan de manera necesaria con aquello que es el amor. No solo esto, sino que, en muchos casos, dichos valores serán contrarios o se verán repelidos por este sentimiento. He aquí, un ejemplo práctico para entender por qué el amor es, en ocasiones, contrario al consenso y al diálogo. Pensemos en una pareja que discute constantemente, que mantiene una relación enfermiza y pútrida pero que, a pesar de ello, ambos sienten en su fuero interno que siguen amándose. Puede que finalmente dejen de verse y la relación acabe. ¿Acaso diremos que han dejado de amarse si este sentimiento sigue aflorando en el corazón de los dos? En ocasiones, una pareja amorosa sufrirá circunstancias que provocarán su disolución definitiva. Sin embargo, el amor no habrá perdido ni un ápice de su gravedad existencial y realidad. 

Podemos educar para crear vínculos afectivos duraderos pero, sinceramente, esto no tiene nada que ver para mí con el amor. A continuación, explicaré en qué consiste la perversidad de la naturaleza del amor, y por qué lo entiendo como un sentimiento irracional. El amor es una fuerza o potencia que se manifiesta en el individuo y que le vincula con su semejante en la necesidad de una unión infinita. Cuando dos personas se aman, no sienten sino la imperiosa necesidad de proyectarse en su unión hacia lo infinito. La perversidad de esta particular necesidad, reside en la naturaleza limitada del individuo. Como seres de naturaleza corpórea ocupamos un espacio y un tiempo. Estas dimensiones nos condenan a la incomunicabilidad y a la soledad permanente. El intercambio amoroso que pueda darse entre dos personas siempre será parcial, a pesar de originarse en virtud de una fuerza total como es el amor. Este es un sentimiento frustrado desde su origen y, a pesar de ello, brota en nosotros inevitablemente. Hasta aquí se ha expuesto la perversidad del amor como rasgo característico, ahora bien, ¿por qué lo he denominado "fuerza irracional"? Cuando dos personas se aman, desean estar el máximo tiempo posible una al lado de otra. Sin embargo, nuestras necesidades corporales básicas, como la alimentación o el descanso, impiden que la unión de los individuos sea total. Por ello, debemos racionalizar el tiempo para poder estar con nuestro amado. Solo cuando pueda pagar las facturas mensuales y el techo bajo el que duermo, tendré disponibilidad para atender a mi pareja. Esto último es un ejemplo ilustrativo que pone de manifiesto la necesidad de regular racionalmente el tiempo que dedicamos al amor. No obstante, como decíamos arriba el amor busca la infinitud, que es una cualidad atemporal. Es irracional, por ende, creer en la posibilidad del amor realizado y, a pesar de ello, inevitable. 

Espero que, después de esta caracterización ontológica del amor, se entienda por qué dos personas que se aman pueden mantener un vínculo enfermizo y dañino para ambas. Pensemos en aquellos personajes de ficción que olvidaron alimentarse por un exceso amoroso, o en los que se quitaron la vida porque no soportaban la distancia. Como conclusión, diré que puede educarse para la convivencia pácifica, pero no para el amor. No existe una forma correcta de amar, simplemente se ama. 

La muerte de Romeo y Julieta, Diebolt, 1825


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