2. Frescor en las aulas

 Buenas tardes, mis pasivos lectores. En esta reflexión de hoy, me gustaría detenerme rápidamente a ofreceros mi punto de vista con respecto a lo que podría ser una utópica reformulación del sistema educativo en nuestro país. No soy alguien que crea en los grandes cambios y, por ello, tampoco en el valor de las grandes esperanzas. A pesar de ello, puedo daros mi opinión sobre el sistema del que soy hijo, siempre desde una perspectiva bastante menguada por mi propia condición de producto. Muy contraria a la novedad o al cambio, la sensación que obtengo cuando pienso en los años que pasé desde educación primaria hasta bachillerato, tiene más que ver con un deje prehistórico o arcaico en las aulas. Pizarras verdes, pasillos descoloridos, y profesores con menos colorido aún; pocos recuerdos de mi época estudiantil mantienen esa brillantez que me gustaría que guardasen en mi memoria.

Y es que esto, se debe en gran parte al aburrimiento que teñía cada hora que pasaba evitando escuchar el discurso monótono e insulso del profesor. Pocos minutos de gamberradas con algún compañero extraviado de clase se salvan de caer en esta gris categoría. Dejando de lado la extraña mezcla de nostalgia, dolor e indiferencia que me aborda al explorar estos rincones polvorientos de mi pasado, me gustaría proponer desde aquí una idea fútil para todos los profesores del futuro y para aquellos que me leen. Si por alguna casualidad tuviera razón y los niños se aburren tanto como yo lo hice en la escuela, este podría ser uno de los problemas fundamentales por los que tal vez comenzar un saneamiento de los colegios. Si se me pidiera representar estereotípicamente a un chaval en clase, sobre todo si es un adolescente, lo haría destacando un rasgo apático hacia el ambiente general de los institutos. Para que en cada ocasión que escuchase hablar de un pobre crío en las aulas, en mi cabeza ocurrieran asociaciones joviales y festivas, la enseñanza debería tomar un cariz totalmente distinto del que considero que ahora mismo tiene. 

Se me ocurré quizá, tras haber conocido hoy en clase las maravillas del sistema educativo finlandés, que una manera de acabar con la pesadilla soporífera que acabo de describir, podría tener que ver con un aprendizaje más "vivo". Estoy hablando de un fomento del aprendizaje a través de experiencias vitales significativas, que no requieran un nivel de concentración sobrehumano como el que a veces parece que un profesor quiere lograr cuando propone un tema absolutamente plano e inerte. Y es que la letra con sangre, en mi caso, no entró, sino más bien al contrario. Por ello, trataría de explorar nuevos caminos en el campo de la educación por medio de los cuales cada parte del sistema pudiera sentirse directamente interpelada. No hablo de esas dinámicas a las que nuestro profesor más atrevido dedicaba cinco minutos antes o después de ponerse a dictar durante una eternidad, sino de un nuevo enfoque completamente novedoso e integral que pueda ir más allá de una formación ortopédica y de recorrido superficial.

¿Y vosotros, os habéis aburrido en el instituto tanto como yo? Si las cosas a vuestro juicio, están bien como están, no dudéis en decírmelo en los comentarios.

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