10. Un profesor memorable

 Si se me pidiera nombrar al profesor que más me ha influido a lo largo de mis estudios creo que no sería honesto eligiendo solo a uno. Algunos de ellos me han marcado personalmente en algún sentido, desde los que tuve en primaria hasta los que tengo ahora en el máster. Sin embargo, la mayoría han tenido un efecto bastante superfluo en aquellos rasgos que hoy me definen. Podría no obstante, hablaros de uno de los profesores de los que guardo mejor recuerdo, tanto por su forma de ser, como por su manera de enseñar. Este profesor, al que llamaremos Julio, me transmitió, a parte de muchos conocimientos interesantes sobre los rasgos que definen al ser humano, un modo de entender y comprender la existencia que hasta hoy me ha definido en gran medida. Julio me enseñó que los malentendidos entre personas de cualquier origen son un rasgo definitorio del ser humano. También me hizo entender que resultaba más interesante estudiar estos conflictos para desentrañar su significado, que adoptar una actitud pesimista ante la aparente terquedad y tozudez de los hombres. En definitiva, consiguió despertar en mí un espíritu aventurero, interesado por los rasgos aparentemente más contradictorios de la especie humana. Una de los resultados más gratificantes de este nuevo punto de vista, era la posibilidad de encontrar parecidos entre las personas que en lo superficial se definian como contrarias. Las enseñanzas de Julio trataban de mostrar a la gente que el creyente y el ateo, el devoto y el científico, el colonizador y el colonizado, eran en el fondo la misma naturaleza manifestada en una diversidad de formas. Más allá de lo que a nivel intelectual me haya podido aportar todo este conjunto de ideas, este modo de pensar me afecta de modo personal o espiritual, si se quiere. Ya no soy capaz de juzgar con los mismos ojos los actos de las personas, imaginando que bajo unas circunstancias similares yo habría actuado de modo muy semejante. Esto no significa que haya que menospreciar la singularidad de cada uno, sino reconocer al individuo dentro de sus limitaciones históricas, cognitivas y circunstanciales.

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