8. Qué aprendí de mi educación musical

 Con siete años empecé a tocar el clarinete en la Escuela de Música de Renedo. Allí estuve unos tres años hasta que decidí presentarme a las pruebas de acceso al conservatorio de Valladolid. Conseguí una plaza y seguí estudiando otros tres o cuatro años. Cuando llegué a segundo de la ESO abandoné mi carrera profesional como músico y no volví a saber nada del conservatorio ni de todas las personas que había conocido allí. Pasados un par de años, me compré una guitarra eléctrica que luego vendí para sustituirla por una guitarra acústica. Nunca he dejado de hacer música, ya sea con la guitarra, o produciendo en Ableton, o cantando. Y es que la música forma una parte esencial de mí, y no puedo concebir cómo sería mi vida sin ella. Siempre me ha acompañado algún cantante de folk triste, algún rapero pretencioso o algunos de los clásicos. Lo cierto es que en mi casa siempre se ha insistido en el valor de la música porque mi padre es violista profesional y siempre quiso que yo recibiera una educación musical. Aunque el proyecto de formarme profesionalmente en el conservatorio fracasó, creo que si no hubiera pasado por allí no hubiese tenido la facilidad que luego me ha servido para aprender a tocar un instrumento de manera autodidacta. No es que sea ningún virtuoso, pero sé que en mi interior alberga cierta sensibilidad que se originó en el ámbito profesional. Pero claro, si la música es mi gran vocación, ¿por qué no acabé mi carrera en el conservatorio? La respuesta es, por el profesorado. A lo largo de esos siete años de mi vida, la relación con mis profesores de instrumento fue bastante desmotivadora. Lejos de tener ninguna habilidad docente en lo relativo a la empatía, los profesores eran uno de los mayores temores de los alumnos cuando pasaban sus tardes en el conservatorio. Esto no tiene que ver con que los alumnos no aprendieran, sino con que estaban desestabilizados emocionalmente. Sé que no se puede generalizar en este tema, pues muchos de mis compañeros me hablaron bien de sus profesores. Pero también se que otros muchos lo hemos pasado mal y, que por esta razón, se ha dañado nuestra relación con la música. Agradezco al conservatorio y a mi profesor de instrumento el haberme transmitido las capacidades para poder apreciar las sutilezas y la complejidad de la música que merece respeto, la música bien hecha. Sin embargo, sé que si algún día soy profesor, recordaré esas duras clases en el conservatorio y serán mi referencia de cómo no hacer las cosas. No quiero tratar a mis futuros alumnos como a mi me trataron en el conservatorio. Por ello, confío en poder transmitirles la pasión por aquello que les guste sin tener que tratarles injustamente. 

Comentarios

  1. Simonetti, me siento MUY identificada con esta entrada. A mí me pasó algo parecido con mi profesor, solo que yo no tuve la fuerza de dejarlo y continué. No sé si llegué a hacer bien puesto que, en parte, cogí al instrumento un poco de tirria, pero bueno, no creo que todo ese tiempo invertido fuese en vano.
    Sigue disfrutando de la música y como tú muy bien dices, ya sabes como no hay que hacer las cosas.

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